A quienes les llega mi newsletter les conté que este fin de semana vine a Mérida a la boda de mi amiga María José. Por supuesto que aproveché para dar un corto pero muy satisfactorio tour gastronómico por la ciudad y hasta por Puerto Progreso, la playa más cercana.
Tengo familia en Mérida. Aquí vivieron mi bisabuela y sus hijos por mucho tiempo, algunos nunca se fueron. Yo los visité durante mi infancia y guardo varios recuerdos de esta ciudad, sobre todo, claro, de comida deliciosa. Así que no llegué tan perdida en términos de qué comer, y como sabía que en la boda iban a servir los grandes hits, en cuanto llegué me fui a buscar lo demás.
Lo primero fue Pola Gelato Shop por obvias razones (sí, hablo del obligado Instagram feed). En cuanto comencé a leer la lista de sabores de esta pequeña heladería cercana al parque de Santa Lucía, tuve un flashback que no había visto venir: la piña con chaya. La chaya es un arbusto muy común en el Golfo de México y el Caribe que los mayas usaron en muchas recetas. La combinación con piña, usual como el agua de chía con limón en otros lares es perfecta, fresca, un sabor que había olvidado y que recibí casi con lágrimas en los ojos (un llanto mitad nostalgia, mitad no aguantaba ya el pinche calor). Otro sorbete obligado en este lugar es el de lima, un cítrico delicado que crece sobre todo en la península.
Por la noche, la cita se dio en Illuminati Pizza, en el centro de la ciudad. Sí, ya habrá tiempo para cochinita y panuchos, pero cómo decirle que no a su ya famosa pizza de chilaquiles. El sitio tiene una decoración bastante chida y el servicio es de primera. ¿No encuentras nada vegano en el menú? No hay problema, lo solucionan. La bebida de elección, combine o no con los chilaquiles, es el tinto de verano pero mi preferido fue el pan con ajo.
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Pizza de chilaquiles |
Por un momento pensé que se trataba de las típicas rebanadas de baguette con ajo y perejil, y hubiera estado bien porque me encantan, pero este era un pan de campiña relleno de cremoso queso con hierbas y acompañado de salsa de tomate para sopear: ri-quí-si-mo. Puedes pedirlo para compartir y así no llenarte antes de tu pizza individual. Otro plato para botanear que no pasa desapercibido son los french nachos: papas fritas con chilli y queso. ¿Decadente? Deme diez.
El segundo día salí temprano al Mercado Lucas de Gálvez, el más grande de la ciudad. La meta: desayunar torta de lechón. Al dar el primer bocado comprendí que no me iba a comer una sino tres. Por supuesto se acompaña con salsa de habanero o con xnipec, la típica de cebolla morada con naranja agria y chile.
Mi otro cometido fue comprar recados, estas pastas tipo mole que no pueden faltar en la comida yucateca. El rojo es el que en el centro del país conocemos como axiote (es la planta que le da ese color) pero también los hay blanco, verde y negro. Es importante tomar en cuenta que no te permitirán llevar recado en la cabina del avión, a menos que esté debidamente empacado y que cada paquete no pase de los 100 gr. Aquí también hay que comprar pepita parasikil pak, un dip estupendo del cual les pasaré pronto la receta.
Ya en el mercado, aproveché para comprar hamaqueros, pues no son fáciles de conseguir en Puebla, así como una blusa de lino bordada, igual a la que encontraríamos en tiendas para turistas a cinco o cuatro veces el precio. Lo siguiente fueron las frutas y verduras típicas de la región: guayas (de las que pronto les platicaré en La Campiña), grosellas, pitahayas, y los aguacates yucatecos, que son enormes, tienen la cáscara verde y un sabor como más diluido en comparación con el Hass.
Aquí, no sólo los aguacates, también las calabazas y los pepinos lucen muy diferentes.
Por la tarde, en la boda, tuve la ocasión de probar el ya mencionado silki pak, vaporcitos (tamales), tacos de cochinita y de relleno negro y el pastel de fudge de chocolate más espectacular que haya comido en mi vida, preparado por la mamá de la novia y del cual tengo que conseguir de algún modo la receta. Aún así, segundo momento cursi de la nota, lo que más me gustó de la fiesta fue ver a María José lo más feliz que la haya visto en la vida. También lo másself aware y lo más guapa y lo más tierna. Ayñ.
Desde el inicio tenía muy claro lo que quería hacer el domingo: ir a Puerto Progreso. Recuerdo que cuando comenzaba mi primer recetario, fui ahí con mi tío Domingo, y antes de pasarme su receta de cebiche de pulpo tuvimos que salir en un bote de madrugada para pescarlo. De eso tiene 18 años y el puerto ha cambiado muchísimo. Me dediqué a pasear por la orilla del mar y desear ser un granito de arena y que me llevara el agua. Pero también viajé a la playa con un objetivo en mente: echarme un pan de cazón.
El pan de cazón no es un pan, es una especie de pastel azteca: tortilla, frijoles, cazón (tiburón bebé) desmenuzado, tortilla frijoles, etcétera. Todo bañado con una salsa de jitomate y acompañado de un chile habanero y algunas rebanadas de aguacate. Claro que los restaurantes con palapa en la playa tienen su atractivo, pero si nos alejamos un poco del malecón podemos encontrar mucho mejores precios a la hora de la comida. Un agua de coco, así, directo del coco, y yo ya era completamente feliz.
Regresé de la playa para encontrarme con otra amiga también llamada María, quien por cierto me hizo el logo tan bonito que ahora uso en redes sociales. Después de un paseo por el barrio y mercado de Santiago, donde ella vive, me llevó al famoso Parque de las Américas para convidarme de su experiencia gastronómica yucateca favorita, la más sorprendente de todo el viaje.
Al llegar ahí, varios carritos ofrecían marquesitas, una especie de barquillos largos rellenos tradicionalmente de queso de bola, aunque podemos encontrar otros sabores como Nutella, mermelada o miel. También los hay, en este parque, con helado, lo cual se me hizo extraño porque pues de por sí los helados se venden en barquillos, ¿no?
Pero la sorpresa que me tenía preparada María era mucho más temeraria: los esquites Arcoiris. Después de más de 45 minutos de fila (hubiera aguantado sin problemas el doble de tiempo, tan gratificante fue al fin probarlos) te acercas a las vendedoras y escoges el tamaño según el precio: 20, 25 o 30 pesos. Enseguida añades un aderezo (el mío fue chipotle y el de María, chamoy) y llega la parte importante: tienes para elegir dos de entre decenas de ingredientes extras: papitas, chicharrones, cacahuates y hasta gomitas y chicles.
¿Suena horrible? Les aseguro que es todo lo contrario. El primer bocado a mi esquite con Cheetos y Mangomis fue tooooda una revelación, y aunque no fui capaz de terminarme mi ambicioso vaso de 30 pesos, les aseguro que es algo que volveré a comer una y otra vez.
Nos sentamos junto a una fuente muy concurrida a comer sin culpas y platicarnos nuestras penas y con la panza y los oídos llenos alcanzamos a mi otra amiga en un restaurante del centro llamado Mercado 60. Ahí sirven comida del tipo alitas y hamburguesas, y aunque no tenía ya ánimos para comer nada, todavía llevaba un huequito para probar las cervezas locales y drinks del lugar. Les recomiendo la ginebra Michelle, con jugo de toronja. Era lo que me faltaba digamos que para terminar la digestión (cof, cof, la fiesta).
El lunes, día de volver a Puebla, desperté temprano para dejar mi Airbnb (que nadie me pagó por el comercial pero fue este y estuvo cómodo, muy céntrico, barato, los hosts súper chidos y le doy cinco estrellas) pero antes tenía una última misión: las tortas de castacán con queso de Wayan'e que justamente me recomendaron mis anfitriones.
El castacán (en la taquería lo escriben con k) es la carne del estómago del cerdo, con una capa de grasa y piel. Juntos, estos elementos otorgan sabor, consistencia y olor exquisitos. El pan, del que generalmente no soy muy fan, era delicioso y sabía a mantequilla. Quisiera decir que me comí sólo una pero no, una vez más caí en la gula, amigos. Acompañé mis dos tortas con salsa de habanero y agua de pitahaya y corrí para llegar a tiempo al aeropuerto.
Por último, pensé que me quedaría con las ganas de comer alguno de los muy célebres pasteles de Tere Cazola. Fueron tantas las personas que me hablaron de esta pastelería que sentía que algo me faltaba, cuando descubrí con alegría que en el aeropuerto hay una sucursal, y que puedes llevarte los pasteles comprados ahí al menos en los vuelos nacionales.
Aunque parece que no es necesario para muchos, pues tienen tiendas en Villahermosa, Playa del Carmen, Cancún y Campeche. Yo nunca le digo que no a una brioche y fue el que me llevé, pero casi toda la demás gente que entró mientras estaba ahí se llevaba bolitas de queso. Serán para la siguiente vez.
Ya en la sala de espera no quiero volver a Puebla todavía. Siento que me faltan muchas cosas por probar. Pero no se puede, la vida real me necesita. Creo. También creo que con esto tienen para darse un rol gastronómico por Mérida. Y si ya se la saben, no dejen de postearme en los comentarios a dónde debo ir la próxima vez! Chauuuu.